En aquella ciudad apareció, hace ya muchos años, en una de las calles principales, una bonita caja de cartón. La gente que pasaba la veía y se preguntaba para qué estaba allí, pero, poco a poco, fueron depositando en ella todo aquello que les sobraba o que no querían guardar en sus casas. Lo mismo ocurrió en las ciudades y pueblos vecinos. En casi todos ellos aparecieron cajas de cartón parecidas.
Las cajas se fueron llenando y, a la vez, haciéndose más grandes pero también más viejas. Todos los niños de cada ciudad le daban patadas de vez en cuando y, los más espabilados, hacían agujeros y sacaban algo de lo que había dentro. Era como una propiedad de todos.
A los pocos años, los más listos de cada ciudad se dieron cuenta de la cantidad de cosas que podía tener la extraña caja. Fueron a verla, la estudiaron, la miraron con lupa, vieron los pequeños agujeros que tenía y, con la excusa de tapar y arreglar los destrozos, llevaron la caja para su casa. Desde entonces, solamente sus niños podrían darle patadas y, solamente ellos, podrían hacerle agujeros más gordos para sacar lo que el resto de la ciudad había depositado en ella. Uno de los hijos le hizo un agujero, el otro le quitó casi toda la tapa de arriba, el más pequeño la mordía con sus dientes incipientes y, entre todos, acabaron por dejarla tal como ahora podemos verla: hecha un guiñapo.
La pobre caja siguió aguantando, esperando que algún día dejaran de maltratarla, de darle mordiscos y patadas. Esperando en vano un salvador que nunca llegaba, esperando algo que nunca sucedería: que alguna buena persona la recogiera, la remendara, la mimara un poco. Y sobre todo, alguien que no le diera patadas.
En las ciudades vecinas, había ocurrido lo mismo. Todas las cajas de cartón estaban rotas y ajadas, llenas de agujeros a cada cual más grande y todas ellas habían sido recogidas por algún “bondadoso” caballero.
Un día, todos estos señores que llevaron las cajas de cartón a su casa, se encontraron, hablaron entre ellos y decidieron: Había que hacer una caja de cartón única y mucho más grande, donde la gente inocente de todas las ciudades fuera depositando más y más cosas. Harían una caja de cartón mucho más bonita, más atrayente. Y cada uno de ellos haría un agujero bastante grande en ella para poder sacar lo que necesitaran.
Así se decidió y así se hizo. Hoy en día, las antiguas cajas de cartón siguen en posesión de los que las habían cogido. De ellas, sacan lo poco que queda. De la otra, de la grande y bonita caja de cartón que hicieron entre todos ellos, pueden seguir sacando todos.
No les faltarán cosas ni agujeros que hacer si lo necesitan.
Angel Lorenzana Alonso
*Cuento publicado ya el 5 de diciembre de 2014. Bastantes lectores nos han preguntado por él. Por eso, volvemos a publicarlo.